LA PRIMERA CUCHARADA DE COCA DULCE

Autor: Santiago @themountainchallenge
Pasaban días oscuros, el ambiente se tornaba triste, sin esperanza, adentro en las entrañas ni decir, sentía un lodazal oscuro que apenas se movía con los brincos del bus, la palabra no fluía, el cuerpo respondía por pura inercia, todo parecía sin sentido, no sabía para donde iba simplemente acepté la invitación de un amigo de subir a una de las montañas del costado oriental de la ciudad.
Nos bajamos del bus y brilló el sol sobre mi rostro saludándome, las flores resplandecían mientras danzaban con el fresco aire, llegó una sensación de alivio con el primer suspiro, caminamos por una carretera, cruzamos una quebrada y nos adentramos en el bosque, no sabía dónde estaba simplemente caminaba al ritmo de mi amigo, llegamos a una casa de madera y llegó un hombre con más o menos 1.60 mts de estatura, piel morena fina como la de un jaguar y un rostro rudo y con expresiones muy definidas, nos saludó muy amablemente, nos invitó a pasar a su casa, nos presentamos y nos miramos certeramente a los ojos reflejándonos como en un espejo, como dos lobos reconociéndose de la misma manda, la atmósfera oscura se desvaneció en el espeso bosque, en las sonrisas y en el diálogo de aquella tarde.
Escuchaba al hombre hablar muy entusiasmado al referirse a la madre tierra, contando historias de sus ancestros más cercanos que habitan en pleno corazón de la selva cerca al río Urinamani o Caquetá, mencionaba que este río es el referente más importante de la vida de su clan pues es en torno a él donde se desarrollan actividades de importancia para la comunidad y es uno de los ríos por donde corrió la barbarie de las caucharías, la no tan conocida guerra de los Carijonas y el conflicto de de los últimos tiempos.
Con el diálogo la energía se iba subiendo, me sentía en la selva con las historias de este hombre, de su mochila sacó dos frascos y los puso sobre la mesa, tomó uno de ellos y de él sacó un palito que estaba impregnado de una sustancia cremosa (Ambil) muy brillante, en una postura meditativa con su espalda bien recta y mirando hacia el horizonte, lamió esta sustancia en el momento en que le pregunté cómo había sido su niñez en la selva, luego tomó el otro frasco que contenía un polvo verde muy fino que con el reflejo del sol se resaltaba su color, yo estaba intrigado por saber qué era esto, pasaron muchos prejuicios por mi cabeza pero no les presté atención, más bien asumí una postura de escucha y observé que este hombre se sentó como todo un chamán, su voz se escuchaba más clara, las palabras me llegaban al corazón, estaba escuchando la historia de un hombre que había nacido rodeado de majestuosos árboles, que había aprendido a nadar en los misteriosos ríos de la Amazonía, contaba que sus juegos eran con los insectos, trepando árboles, mojándose en la lluvia, acompañando a sus padres en lo profundo de la selva a recolectar alimento.
La palabra que surgía de este hermano me llevaba a un cuento de fantasía de pura magia.
Me motivaba a prestar un atento cuidado en cada imagen que generaba el dialogo, menciono específicamente el origen de este polvo fino que había sacado de su mochila, menciono con voz muy profunda: esto es coca dulce, para mi tradición Muruy Muina es una planta sagrada, una mujer que habla con dulce voz, se escucha en la tierra, en el agua, en el aire en tu voz y mi voz, un legado de los antepasados que vive en todos los tiempos, nos permite el dialogo con la tierra, con nosotros mismos, con el padre, la madre, los hermanos, es palabra de vida, cuidamos la palabra y el cuidado es mutuo, cuando la palabra es sincera de corazón, respeto, comprensión amor puro es lo que necesitamos en estos tiempos, lo que vivimos hoy ya se ha vivido, y la forma de superar este ciclo es simplemente recordar que somos parte de todo lo existente e inexistente, del tiempo y la atemporalidad, del espacio y el vacio.
Me sentía en medio de un ritual muy antiguo aunque parecía una reunión muy común, me sentía en una atmósfera muy pura, escuchaba las palabras con fina claridad, el pensamiento era ligero como el viento, él me brindo mambe y yo acepte recibirle con gratitud y plena consciencia en escuchar esta milenaria medicina, me paso con su mano una cucharada y la recibí sin despegar la mirada de ella, la puse en mi boca y sentí la sensación de quedarme sin aire, cerré los ojos y mi garganta observe como respiraba por mi nariz, el polvo iba tomando una consistencia de pasta a medida que la saliva y el movimiento de la lengua moldeaba una bola, abrí los ojos, quería hablar pero no podía, sentía una incomodidad en mis entrañas, muy adentro, que no me dejaba Ser, él me miro y leí en sus ojos calma, la sensación de que todo está en armonía, me quede bien sentado observando “eso” que sentía que no me dejaba Ser, a medida que la bola de mambe se iba integrando en mi cuerpo, pasaba el tiempo sin medida alguna, la sensación se desvanecía en el infinito, el miedo no me dejaba ver la causa, esta sensación era producida por mí mismo, la medicina me iba curando, podía ver el miedo de frente, la energía se renovó y la palabra fluyo, inmensa gratitud despertó.
Una ciencia muy antigua que ha sido conservada como un tesoro, cuidando de la planta y la plata de nosotros, del mensaje, de la vida, de la tierra, hay abuelos en todos los territorios rezando por los ríos, las montañas, los desiertos, las praderas, los nevados, guardamos la esperanza de un bonito retorno en el ciclo vida-muerte, somos los frutos de las semillas de nuestros antepasados con el legado de continuar la siembra, asegurándonos que para que las semillas crezcan con sus raíces bien fundadas en el árbol de la vida debemos ser conscientes del cuidado mutuo del cuidado y la sensibilidad por la madre que nos pario.
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